La verdad es como una manta que siempre te deja los pies frios, la estiras, la extiendes pero nunca es suficiente. La sacudes, le das patadas pero desde que llegamos llorando hasta que nos vamos muriendo, solo nos cubre la cara mientras gemimos, lloramos y gritamos.

El club de los poetas muertos

miércoles, 9 de mayo de 2012

Los sonidos del silencio

De todas las ondas sonoras percibidas por mi cerebro, ninguna podía hacer más daño que la onda de tu silencio. Nadie hubiese dicho que el aire no estuviese vacío en ese momento porque parecía que los demás sonidos apenas se propagasen, parecía que quedasen atascados en la atmosfera, reproduciéndose en forma de eco pausado y profundo. El ambiente era denso y sofocante, saturado de trapos sucios, de roces, enfrentamientos reprimidos y en su magnitud, de palabras hirientes. Palabras mudas que flotaban, despedidas por la caída de tus parpados muertos de decepción. Yo deseaba abrir las ventanas y lanzar los reproches contra el asfalto y dejar entrar esa brisa fresca que me regalase el don de las segundas oportunidades. Pero mis manos no podían abrir persianas pintadas de inmadurez y orgullo. Puro inmadurez y orgullo. Así era yo.  

Sabía que dentro de ti te debatías por formular o no las primeras palabras que desatarían la discusión, una discusión que yo no quería escuchar. Palabras que abrirían la caja de Pandora que yo hubiese querido tirar al fondo del mar. 

Dentro de mí empezaba a brotar una corriente de rabia que intentaba controlar evitando tus miradas. Apretaba los puños, me clavaba las uñas en las palmas de las manos, me mordía los labios, pero el silencio reventó en desatada cólera, incongruencias y gesticulación demasiado alterada. Era uno de esos momentos en los que ahogamos la razón, en los que pasamos de pensar en qué decir a decir sin pensar.

En definitiva, nuestro autocontrol tiene un límite y más allá no existen las palabras ni los hechos que nos hagan orgullecer más tarde. 

Así era yo y así me fui. Inauguré nuestro perpetuo silencio con un portazo, dejando tras de mí una estela de odio y lágrimas en sudor. Solo me llevé el peso de la culpa que acarreo y el recuerdo de que alguna vez fui capaz de decirte: Te quiero. 

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