La acusación quizás no fuera justa, quizás no fuera cierta. Pero la manera de encajarla podría haber sido más correcta. Pero en ese momento en qué tocan tu debilidad y la retuercen, desde tu punto de vista, en el instante de la discusión, pese a que intentas controlarte, el enfado rebosa la paciencia y este responde con un tono alto de voz, con incongruencias y con gesticulación demasiado alterada.
Me pregunto, cual es el momento exacto en el que la razón desaparece en momentos de rabia. Cuándo pasamos de pensar en qué decir a decir sin pensar. Ese momento en el que nuestro yo desaparece. O no desaparece, sino que es una parte de nosotros que emerge en situaciones de tensión, pero nos avergüenza tanto, que no podemos admitir que tengamos una faceta así. Nuestro autocontrol tiene un límite y más allá no existen las palabras ni los hechos que nos hagan orgullecernos más tarde.
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